Bird_p137 reviewed The catcher in the rye by J. D. Salinger
Acompañar a un Guardián que No Sabe a Quién Protege
4 stars
Al leer El guardián entre el centeno de J. D. Salinger sentí que entraba en la mente de alguien que, sin quererlo, me obligaba a recordar mis propias inseguridades adolescentes. La voz de Holden Caulfield, con su tono cansado y crítico, me recibió como un monólogo que no pide permiso. Desde sus primeras confesiones sobre la expulsión del internado percibí una mezcla de rebeldía y fragilidad que me resultó incómodamente cercana.
Mientras lo seguía por Nueva York, noté que la ciudad funcionaba casi como un espejo deformado de su estado de ánimo. Cada hotel, cada bar y cada conversación parecían confirmar su sensación de que todo es “falso” o superficial. Yo, como lector, oscilaba entre la comprensión y el cansancio: a veces quería abrazarlo, otras veces pedirle que dejara de sabotear cada oportunidad de conexión auténtica. Sin embargo, esa contradicción es justamente lo que le dio verosimilitud a su …
Al leer El guardián entre el centeno de J. D. Salinger sentí que entraba en la mente de alguien que, sin quererlo, me obligaba a recordar mis propias inseguridades adolescentes. La voz de Holden Caulfield, con su tono cansado y crítico, me recibió como un monólogo que no pide permiso. Desde sus primeras confesiones sobre la expulsión del internado percibí una mezcla de rebeldía y fragilidad que me resultó incómodamente cercana.
Mientras lo seguía por Nueva York, noté que la ciudad funcionaba casi como un espejo deformado de su estado de ánimo. Cada hotel, cada bar y cada conversación parecían confirmar su sensación de que todo es “falso” o superficial. Yo, como lector, oscilaba entre la comprensión y el cansancio: a veces quería abrazarlo, otras veces pedirle que dejara de sabotear cada oportunidad de conexión auténtica. Sin embargo, esa contradicción es justamente lo que le dio verosimilitud a su voz y mantuvo mi atención alerta.
Las escenas con antiguos profesores y conocidos me hicieron pensar en la dificultad de aceptar que los adultos también están perdidos. Cuando Holden intenta encontrar consuelo en personas que imagina más sólidas, termina descubriendo matices que lo desilusionan aún más. En esos momentos sentí un leve desasosiego, como si el libro me recordara que la madurez nunca es tan clara como nos la describen.
La relación con Phoebe fue, para mí, el centro emocional de la obra. Cada aparición suya trajo un respiro y una honestidad que suavizaron el tono general. En el episodio del carrusel, mientras la lluvia cae y Holden la observa dar vueltas, sentí una calma discreta, como si por fin aceptara que no puede evitar que los demás crezcan y se equivoquen.
Al cerrar el libro quedé con una mezcla de nostalgia y alivio. Sentí que había acompañado a un narrador que no busca agradar, pero cuya confusión sigue iluminando, con una claridad incómoda, esa etapa en la que uno ya no es niño y todavía no sabe ser adulto.