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Aldous Huxley: Un Mundo Feliz

Felicidad en pastillas – y yo con los ojos bien abiertos

Leí Un mundo feliz de Aldous Huxley esperando una típica novela de ciencia ficción. Robots, tecnología, futuro brillante... Pero lo que encontré fue mucho más incómodo. Y muchísimo más fascinante.

Todo en ese “mundo feliz” está organizado para que nadie sufra. No hay guerras, no hay pobreza, todos son “felices”. Toman soma, tienen sexo sin compromiso, trabajan sin quejarse. Parece perfecto, ¿no? Pues no.

Mientras leía, empecé a notar el vacío detrás de tanta felicidad forzada. Nada es real. Ni el amor, ni la tristeza, ni la elección. Todo está programado, predecible, anestesiado. Hasta los nacimientos son controlados en laboratorios.

Y ahí aparece John, “el salvaje”. Un tipo que creció fuera de ese sistema y que de pronto lo observa todo con ojos humanos. Dolorosos, sí. Pero también verdaderos. Con él, yo también quise gritar: ¡prefiero sentir dolor y ser libre, antes que vivir dormido!

Lo más impactante fue darme cuenta de que muchas cosas del libro ya están pasando: la obsesión por el placer rápido, el miedo al silencio, el consumo como religión.

Huxley escribe con ironía, con calma, como quien te cuenta un chiste muy serio. Y eso es lo que hace que todo golpee más fuerte.

Un mundo feliz no es solo una advertencia del futuro. Es un espejo del presente.

Y yo, después de leerlo, estoy un poco menos dormido.