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Un Eco Oscuro Que No Me Suelta

Cuando leí Los destrozos de Bret Easton Ellis, sentí que entraba en un espejo turbio donde mis propios temores juveniles se mezclaban con los del narrador. La novela sigue a un grupo de estudiantes de Los Ángeles en los años ochenta y coloca al propio Ellis como personaje. Desde el inicio percibí una tensión casi eléctrica. A cada página me invadía la sensación de que algo acechaba detrás de las fiestas, los romances breves y la aparente calma de la vida privilegiada.

El nuevo estudiante, Robert Mallory, me provocó una inquietud inmediata. Su presencia en la escuela se siente como una sombra que cambia la temperatura de cada escena. Mientras avanzaba en la lectura, noté cómo mi desconfianza crecía al mismo ritmo que la del narrador. Compartí su confusión, su deseo de encajar y su miedo a descubrir que no conocía a quienes lo rodeaban.

La amenaza del asesino conocido como el Trawler añadió un peso extraño a mi experiencia. Cada referencia al caso me obligaba a reducir la velocidad, casi como si temiera encontrar un detalle que no estaba listo para enfrentar. Lo que más me impresionó fue la mezcla de memoria e imaginación. Sentí que Ellis jugaba con la fragilidad de los recuerdos y me recordaba que la adolescencia puede ser un terreno lleno de silencios que nunca se resuelven.

Al cerrar el libro, me quedé con una mezcla de desasosiego y claridad. La novela me dejó pensando en las historias que nos contamos para sobrevivir y en las verdades que evitamos reconocer. Aun ahora, siento que algunas escenas siguen rondando en mi mente como ecos que se niegan a desvanecerse.